La sexualidad no está separada de la vida y de sus variables, ni de la imaginación y el intelecto, ni de las ansias y los deseos. Sin embargo, si nos amoldamos a la rutina todo puede tornarse aburrido, el comer, el trabajar, el leer. Lo mismo ocurre en la pareja y más especialmente en la sexualidad.
Nuestro cuerpo responde de manera sexual en relación con todo el entorno que lo rodea, cualquiera sea el grado de autocontrol que nos hayamos impuesto. Si vivimos el sexo de esa forma, la mujer y el varón pueden explorar, día a día, distintas zonas de su cuerpo.
Distintas fantasías, caricias, estímulos, posturas y masajes, sugerencias y hasta teatralizaciones sexuales que conviertan al acto sexual en un momento maravilloso. Si uno pone en el sexo una actitud y una disposición adecuada, si en lugar de imaginar al sexo como un acto automático uno pone atención en el momento y trata de que sea único, el sexo nunca podría volverse aburrido.
La pareja debe descubrir un punto de confianza en el cual puedan descubrir que el otro tiene sus gustos y sus temores. Irse descubriendo de a poco todo el tiempo. Todo lo contrario a sentarse y esperar que la pasión se encienda y que la relación se renueve como por arte de magia.
No siempre la presencia de dos cuerpos desnudos cercanos en posición horizontal es suficiente para generar el impulso sexual. Para que haya un buen sexo, hay que comprender que ser una persona sexual significa ser sensible a los propios sentimientos sexuales, que nacen de uno y no brotan de la rutina.
Por eso, cada uno de nosotros es responsable de satisfacer esos sentimientos lo más armoniosamente posible cuando se expresan espontáneamente. Dar y recibir placer exige reciprocidad, una corriente de excitación y un deseo previo.
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